sábado, 9 de agosto de 2008

amar

Amar es el acto de amor dirigido a quien amamos, pero, ¿a quién amamos? A esa persona que despierta y capta la fuerza de nuestro deseo, despertando la fascinación por algo faltante, ignorado e inconsciente, que se constituye en el vínculo de amor. Este vínculo entre amante y amado se va tejiendo mediante imágenes, representaciones y significantes que son las bases de la seducción amorosa. Esta fascinación es la seducción, la cual es el orden de lo fantasmático, y este fantasma es el que establece el lazo inconsciente entre amante y amado, a la vez que regula la intensidad del deseo entre ambos. El fantasma que surge con la seducción alude a una lógica de la insatisfacción (Fernández, I. 1997) que resitúa nuestro deseo al hacerlo insatisfecho en el límite de lo tolerable. Así el mar plantea una satisfacción a la vez en que una insatisfacción, lo que nos hace pensar que amar no se desliga del sufrir, en cuanto el amor tiene un aspecto de insatisfacción, lo que hace al amado un objeto simultáneamente amado, odiado, y angustiante. Este fantasma de la seducción va a establecer el lazo y el libreto de amor y, a su vez, determinará la respuesta efectiva entre amante y amado. La presencia real de los amantes sostiene el libreto fantasmático de amor, su ausencia produciría angustia, añoranza o dolor; amante y amado alimentan su deseo y sostienen su fantasma. Este fantasma hace presencia inconsciente en cada uno de los partenaires, dando marco al inconsciente y haciendo lazo de amor. Con el amar se genera esa presencia ignorada que fascina y que establece un enigmático apego al otro del amor. El amor es un señuelo que nace en el registro imaginario para velar la falta; sin embargo, el amar llama a una configuración simbólica, y su manifestación se evidencia de manera diferente, ya sea que predomine uno a uno de los tres registros: real, imaginario y simbólico (Ayala, B. 1998). Es necesaria la presencia real de los amantes en el amar, ya que ésta despierta ese apego enigmático que fascina, al tiempo que da cuerpo al vínculo de amor y al inconsciente de ambos partenaires. Este apego, este real, es inasible e irrepresentable, pero necesario para sostenerse en la presencia fáctica de la pareja amante-amado, ya que la ausencia de uno de ellos produciría en el otro angustia, añoranza o dolor; de esta manera la presencia real de los amantes se sostiene en el deseo que los une. El registro real del amor estaría constituido por la presencia real de los amantes y por el apego enigmático que se suscita. El fantasma va a regular la intensidad del deseo ya que con su lógica de insatisfacción detiene la desmesura del mismo. El deseo organiza la vertiente imaginaria del amor por la coalescencia de las imágenes del amante y del amado, y por la sensorialidad que la reviste, suscitando los afectos de angustia, amor u odio, según nuestros valores e ideales. El amor, en el campo imaginario, es el llamado erotismo y constituye una fascinación por la imagen del otro. Se produce un cautiverio apasionado por el cuerpo como imagen ideal de la belleza y la pasión. Este registro imaginario del amor puede ser tan apasionado por el impacto amoroso del rostro y del cuerpo del amado que produce una ensoñación que extravía al amante.

El registro simbólico del amor obedece a las variaciones del deseo, el cual tiene una alternancia y una armonía particular, representable simbólicamente en un libreto que organiza la excitación y la insatisfacción del amante. La armonía en la excitación de los amantes responde a un anhelo de satisfacción, mientras la desarmonía da cuenta de una satisfacción que no llena lo anhelado. Existe un desencuentro estructural entre el deseo y el amor, ya que el deseo se organiza en el campo del Otro, siendo el Otro quien atestigua la falta y el vacío, mientras que el amor se estructura en el campo del sujeto, quien va a organizar el señuelo de amor para tratar de velar el vacío que media entre el sujeto y el Otro, borrando la distancia y creando la ilusión de completud. Freud, en 1912, llega a la conclusión de la oposición entre el amor y el deseo; si se ama a una mujer no se la desea, y si se la desea, no se la puede amar. Son dos direcciones impuestas por la disyunción entre las condiciones de amor y la elección del objeto del deseo. Esta disyuntiva plantea que no hay deseo con goce, es decir, que no hay un deseo que plantee la satisfacción en el sufrimiento, y no hay elección de objeto sin pérdida; la elección del objeto del deseo designa una posición subjetiva frente a la castración, siendo el fantasma quien vela la castración, quien define la elección del objeto del deseo. La supuesta acción voluntaria en la elección de la pareja no es otra cosa que la elección en el otro del objeto de su propio fantasma. Así la elección del objeto amoroso se cumple a partir de una cualidad particular, de un rasgo que tiene una cualidad especifica inscrita en el objeto, este factor es la causa y no la condición de amor. Este rasgo de amor no es extraído del otro especular sino que está en el inconsciente del sujeto enamorado, y destaca la reminiscencia en el nacimiento del amor; es el atributo enigmático y el significante del amor, precisamente porque es el significante elegido de su primer objeto de amor, la madre. Este significante constituye una marca que contiene y guarda el secreto incompartible de un goce perdido. Freud (1910) planteó la condición de amor como las circunstancias particulares del sujeto en su vida erótica, fundada en las redes de relaciones significantes que hacen del objeto de amor, un objeto apto para el goce y que dan fe del amor al Otro. No hay contemporización entre estos tres objetos, amor, deseo y goce, ya que la satisfacción del sujeto en el Otro, como su "media naranja", es netamente ilusoria. Pero allí está la función del amor, en pretender contemporizar el goce con el deseo, y lo propio es la ilusión de lograrlo por el camino del rasgo de amor y/o de la condición de amor desplegados en la seducción y/o en el amor.

Morir de amor plantea un efecto doloroso, como una reacción a la pérdida del amado o a la pérdida de su amor. El celar es una de las formas de este dolor psíquico, en donde se mezcla el dolor por la supuesta pérdida del amor del amado, el odio contra el rival, y los reproches que hace el celoso por no poder conservar su lugar. Todo esto lleva a un desorden en la configuración narcisista y/o edípica de la persona, produciendo una relación particular con el objeto amado y con la presencia de un rival potencial o imaginario. El temor al rival nace de la creencia de la pérdida del objeto de amor, lo que da lugar a una relación de desafío sostenida en un deseo hostil hacia el supuesto rival triunfante. Todo esto da pie a una vivencia de humillación, de culpa y de desvalorización de su deseo por el objeto amado. Los celos plantean en el celoso un desamparo y un sufrimiento que genera angustia, la cual podría derivar en rabia contra el rival o el objeto de amor, según si el acontecimiento decisivo, es decir la situación que despierta los celos, es anterior o posterior a la crisis pasional. Si en el celar se produce la conjunción del rival con el objeto de amor antes del advenimiento de la crisis de celos, se suscita una suspicacia que, a su vez, produce un temor angustioso, por lo que vigila y se acapara al objeto de amor con el fin de excluir al potencial rival. Si la conexión del objeto de amor con el rival se produce después del acontecimiento que despierta los celos, la relación de apego con el objeto pasa a primer plano, y puede o no ejercerse una venganza con el rival. El celoso se confronta con su objeto de amor y se interroga a quién ama éste verdaderamente y hasta qué punto puede confiar en él, y es entonces cuando el sufrimiento hace escena. Los celos se ubican en la intersección de la configuración del apego y de la rivalidad, que corresponden respectivamente a la relación entre el celoso y su objeto, y a la relación entre el celoso y su rival. El apego y la rivalidad en el celar están muy próximos entre sí. Es una especie de presuposición alternada, el apego se refuerza con la rivalidad, y la rivalidad se agudiza con el apego que la motiva. La rivalidad, para el celoso, puede ser amarga y dolorosa por la posibilidad de la pérdida del objeto de amor, o también puede ser alegre y conquistadora por reforzar el apego al objeto. El celoso es un sujeto acosado entre dos relaciones, la de apego y la de rivalidad, que lo solicitan cada una por completo, pero a las cuales jamás puede consagrarse exclusivamente. Preocupado por su apego, cuando lucha, y a la inversa, obsesionado por la rivalidad, cuando ama. La escena fantasmática de los celos plantea la unión del objeto amado y del rival, ante un celoso que mira excluido la relación, así la escena admirada se le impone produciéndole satisfacción o insatisfacción.